Diosa y Criatura bailan juntas

Tal como la luna y el sol que la alumbra mientras gira y va cambiando su sombra; así bailan a la vuelta y vuelta una diosa y una criatura, ambas bellas y terribles. Aunque bailan al unísono siguiendo un mismo ritmo inventado, tienden a pelear por el rol de líder de vez en vez. Igual que la luna cambiante, mes con mes. Vuelta y vuelta dan.

 

La diosa es creación. No es luz, no cómo se piensa de la belleza o la maternidad. Ella es fuego. Consumidora, devoradora: de lo que quema saca algo nuevo. Diosa de pelos largos, negros como la tinta. Sus manos no son finas como las de una dama, sino fuertes como las del herrero, la guerrera. Manos que han visto la guerra contra la voluntad, manos que adiestran al indomable caballo del impulso. Manos que están siempre en movimiento y a veces abrazan con fuerza a su pareja. Tiene cara afilada, iridiscente. Ojos que son todo pupila, dilatados cenotes verdes. Profundos. Dónde cada idea, cada invento y hazaña atrevida, el desenlace de cada discusión, nadan en un menudo indescifrable. De vez en cuando la criatura la pisa o le arrebata el liderazgo o pasa por ella un sentimiento eufórico de felicidad o tristeza o enojo con ella en sus brazos, se le escapa uno de aquellos renacuajos en forma de lágrima. Si llora lo suficiente -también si siente o ríe por un tiempo sostenido- fluye de ella una obra de arte.

 

La criatura también tiene forma de mujer. Una mujer de caderas grandes y piel lisa, suave, del color de la ceniza. Tiene colmillos largos color cobre, sus labios están siempre estirados en una sonrisa seductora. Sus ojos son miedo: paredes impenetrables, desiertos, calles sin almas deambulando. Son burla. Son desdén. Son soledad. Brillan como el cobre, queman cómo hierro líquido. Sus manos suaves terminan en garras de oso: regularmente hace girones la espalda, los hombros, las caderas de su contraparte, aunque esta rara vez se inmute. Sus pies son ágiles a pesar de estar cubiertos de un plumaje de plomo. Tiene patas de águila y cola abanica de colibrí.

 

La diosa y la criatura están bailando siempre. En perpetuo ritual de combate, pelean una contra la otra a través de su complicada danza, tan vieja como el espíritu. Tan practicada como el sueño. No tienen música y el son cambia de vez en cuando; ellas bailan y se gritan y se abrazan. Se jalan las delicadas melenas y unen sus frentes. Pues una sin la otra no está completa. No hay sombra sin luz. No hay luz sin que haya también oscuridad. No hay fuego donde no hay algo que quemar. No hay creación sin algo de miedo. No hay miedo sin algo a qué aspirar.

 

La Sombra y la Creación bailan juntas, a vuelta y vuelta. A veces sólo se ve una, a veces sólo la otra, pero las dos están presentes siempre.

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